Tres horas y diez minutos de cine mudo en
blanco y negro y al fin podemos decir que hemos terminado de ver “El
nacimiento de una nación”.
La producción de D.W. Griffith data de 1915
y está considerada como un hito en la
historia del cine al reunir en ella todos los recursos narrativos que se
habían ido desarrollando hasta el momento, estableciendo así las bases del cine
tal y como ahora lo entendemos. Detalles como el uso de los primeros planos, el
salto de eje o el montaje paralelo aparecen por primera vez en este film que
como decimos, marcó de forma evidente un
antes y un después en el desarrollo de la técnica cinematográfica.
La trama del largometraje se remonta a la
década de 1860 y trata de cerca el tema de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América (1861-1865). Es justo en torno a ese
contexto histórico donde resulta imposible hablar de esta película sin que el
término “racismo” aparezca ligado a
ella.
Han sido muchísimas
las críticas que el film ha recibido por su apología del Ku Klux Klan así como
por todos y cada uno de los detalles que en la película aparecen en contra de
los negros. La imagen que de ellos se da es tan negativa que ningún actor de color se prestó a
participar en el rodaje (probablemente Griffith tampoco estuviera demasiado
interesado en ello). Sea como sea, esto conformó uno de los aspectos más
absurdos de la película en este sentido: los personajes negros son
interpretados por actores blancos maquillados de un modo que podría
considerarse como bastante chapucero.
Así pues, según se desarrolla el argumento a
lo largo de la producción, van apareciendo algunas escenas capaces de dejarle a
uno con lo boca abierta de la incredulidad. No hace falta haber estudiado los
acontecimientos sucedidos durante la
Guerra Civil americana para darse cuenta que el enfoque del director dista mucho de la imparcialidad. Bien es cierto que en términos históricos
(como en casi todo) la verdad absoluta y
objetiva no es tan fácil de presuponer como debería pero en este caso el punto
de vista del autor se muestra de una forma innegablemente descarada. Se podría
incluso afirmar, y no sería la primera vez, que este enfoque deliberadamente racista que el autor propone supone una
irresponsabilidad tan ofensiva como
peligrosa.
Al final, dejando de lado lo admirable de los avances que
la película supuso en los aspectos técnicos, lo
más atractivo de la producción es ese descaro con el que el Griffith se
posiciona en la interpretación de la historia. De hecho, puede que sea este uno
de los puntos clave que hacen que el espectador se interese y termine de ver la
película: uno no se acaba de creer hasta el final que semejante situación se
pueda estar dando en la que se conoce como una de las películas más
significativas e influyentes del cine clásico.
Por Isadeboseryo para Call of Music!
Por Isadeboseryo para Call of Music!
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