martes, 25 de octubre de 2011

Cuando la parcialidad sobrepasa unos límites


Tres horas y diez minutos de cine mudo en blanco y negro y al fin podemos decir que hemos terminado de ver “El nacimiento de una nación”.
La producción de D.W. Griffith data de 1915 y está considerada como un hito en la historia del cine al reunir en ella todos los recursos narrativos que se habían ido desarrollando hasta el momento, estableciendo así las bases del cine tal y como ahora lo entendemos. Detalles como el uso de los primeros planos, el salto de eje o el montaje paralelo aparecen por primera vez en este film que como decimos, marcó de forma evidente un antes y un después en el desarrollo de la técnica cinematográfica.
La trama del largometraje se remonta a la década de 1860 y trata de cerca el tema de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América (1861-1865). Es justo en torno a ese contexto histórico donde resulta imposible hablar de esta película sin que el término “racismo” aparezca ligado a ella.
Han sido muchísimas las críticas que el film ha recibido por su apología del Ku Klux Klan así como por todos y cada uno de los detalles que en la película aparecen en contra de los negros. La imagen que de ellos se da es tan negativa  que ningún actor de color se prestó a participar en el rodaje (probablemente Griffith tampoco estuviera demasiado interesado en ello). Sea como sea, esto conformó uno de los aspectos más absurdos de la película en este sentido: los personajes negros son interpretados por actores blancos maquillados de un modo que podría considerarse como bastante chapucero. 
Así pues, según se desarrolla el argumento a lo largo de la producción, van apareciendo algunas escenas capaces de dejarle a uno con lo boca abierta de la incredulidad. No hace falta haber estudiado los acontecimientos  sucedidos durante la Guerra Civil americana para darse cuenta que el enfoque del director dista mucho de la imparcialidad.  Bien es cierto que en términos históricos (como en casi todo) la verdad absoluta  y objetiva no es tan fácil de presuponer como debería pero en este caso el punto de vista del autor se muestra de una forma innegablemente descarada. Se podría incluso afirmar, y no sería la primera vez, que este enfoque deliberadamente racista que el autor propone supone una irresponsabilidad  tan ofensiva como peligrosa.
Hablando ahora sí de manera objetiva, el estreno de la película en 1915 trajo consigo una serie de disturbios en ciudades importantes como Boston y Filadelfia. Sin ir más lejos, el carácter incendiario de la película fomentó que pandillas de blancos salieran a atacar a personas de raza negra.  Un ejemplo de ello fue el caso acontecido en Lafayette (Indiana) donde un hombre blanco asesinó a un adolescente negro al acabar de ver el film.
Al final, dejando de lado lo admirable de los avances que la película supuso en los aspectos técnicos, lo  más atractivo de la producción es ese descaro con el que el Griffith se posiciona en la interpretación de la historia. De hecho, puede que sea este uno de los puntos clave que hacen que el espectador se interese y termine de ver la película: uno no se acaba de creer hasta el final que semejante situación se pueda estar dando en la que se conoce como una de las películas más significativas e influyentes del cine clásico. 

Por Isadeboseryo para Call of Music!

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