domingo, 9 de octubre de 2011

``Mirar y pensar Balenciaga argian eta sakonean’’

El martes pasado empecé con una amiga un cursillo sobre fotografía. Hicimos nuestras apuestas y entre el tipo anciano y sabio y el joven de ideas concretas ganó esta segunda opción- un alivio, acostumbradas a tanto personaje pastando del presupuesto público-.  En el transcurso de la clase nos animó a ir a ver una exposición en el boulevard de San Sebastián, cuyo tema era la moda del diseñador Cristóbal Balenciaga. Al terminar la clase, nos movimos como zombis hasta la parada del bus, con nuestra única hora de sueño latiendo en nuestras cabezas, y en pocos minutos bajamos en el boulevard.

Tras proponer unirse al plan a un amigo, retrasada eones por el cansancio, mi amiga ya había dado una vuelta y volvía a mi lado. Entonces caí en la cuenta de donde nos habíamos metido. No se trataba de una exposición de un artista conocido, algo que trajera recuerdos o que pudiera observarse por interés profesional. Entonces sentí  cierta inseguridad previendo el enorme chasco. Lancé un “es una lástima no haber venido con alguien que entendiera del tema” y continuamos resignadas observando con lentitud las primeras fotos de la exposición, en blanco y negro. Buscando algo con que calmar nuestra impotencia ante estas fotografías mudas empezamos a leer las etiquetas, que hablaban de los tejidos empleados en las piezas y ese fue nuestro aterrizaje en esa tierra inhóspita de la alta costura.


"El verdadero protagonista 
de la obra es el tejido y el diseño"
 
Unas etiquetas más adelante empezaron las primeras fotografías en color, pudimos leer tafetán y satén en dos piezas rojas, que a pesar del poderoso color, por su diseño,  a nosotras nos evocaron las entrañables tallas premamá.
Antes de proseguir nuestra lúgubre procesión por el pasillo, volvimos a la primera fotografía. Había algo confuso, fuera de lo común, que se quedaba sin asimilar martilleando nuestras cabezas. Acercándonos al cristal hicimos nuestro descubrimiento: la extraordinaria calidad de la imagen. De esta forma pudimos disfrutar de lo que quedaba de exposición en planta baja, lanzando nuestra mano hacia el cristal de la fotografía a punto de acariciar el hurón de una capa, la rigidez de una falda; observando con asombro el laborioso encaje de lentejuelas del cuello de un vestido de novia.

Pero esta percepción todavía se hace más fuerte cuando pasamos a la planta del sótano. La explosión años 60 donde los colores puros parecen salir sin ningún pudor del marco. Aquí las fotografías nos hacen conscientes del tacto, el peso y la cualidad tridimensional de las imágenes. Alucinadas en nuestra debilidad por el torbellino de vivos colores, nos planteamos que tipo de gente puede acudir a esta exposición. No es necesario ser un entendido en moda porque estas fotografías van más allá de la descripción del objeto y su uso, son una obra  de arte en sí. La calidad de la imagen con su detalle microscópico, el formato abrumador: se trata de fotografías con las que decorar un salón donde dar fiestas, que observar desde un sillón tras haber leído una página impactante, para perderse pensando mientras se observan inconscientemente las texturas.
Esa apuesta por la precisión; sacrificar el resto de la pieza por ofrecer la visión de un área del objeto que describe al conjunto, aprovechando esa concreción para desarrollar al máximo sus características. Es una decisión llena de mérito y audacia y rebosante de intuición artística.
Observando otras fotografías, empapadas ya de su estilo nos hacemos otra pregunta: “¿cómo debe ser la fotografía de objetos de producción?” Lo que tenemos ante nosotras no es un catálogo, no necesita a una modelo que de espíritu humano a las fotografías porque no carecen de espíritu. Evita que la figura humana suplante al verdadero protagonista que es el tejido y el diseño, pero tampoco es un inventario de piezas anodinas, al contrario. Las fotografías explotan en el marco y cada bastidor irradia un entorno magnético que atrae al observador con solo percibirlo de reojo.
Por último subimos al primer piso. Al salir del ascensor, aparece ante nosotras una sala de suelo de entarimado de madera paredes y pilares blancos. Tuvimos la suerte de que se hallara vacía cuando llegamos. Parecía una sala de baile, donde los vestidos se exhibían en nuestras narices dejándonos fuera de lugar. La impresión era de entrar en una atmosfera de solemnidad y belleza venerable. Como en un museo de esculturas milenarias. Era tan provocador que automáticamente hicimos la sugerencia infantil de elegir uno de ellos para bailar en aquel espacio.
Más tarde había quedado en nuestra cabeza la impresión por las posibilidades que ofrece la fotografía, la personalidad del artista que elabora una obra completamente nueva a partir de una interpretación llena de sensibilidad, con la que exalta y rinde homenaje al creador Balenciaga, al que no pudimos entender bien, quizá por nuestro desconocimiento de su campo, pero del que nos llega como un zumbido de algo enorme que se acerca, su pasión por el color y su sensibilidad por los diferentes tejidos, el espíritu innovador y decidido y el coraje que le llevó al éxito.

Por Estrella Pérez Ramos para Call of Music! / San Sebastián

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